A veces nos rompemos. Quiebres internos. Se nos rompe el cuerpo, el ánimo, las ganas. Se quiebran las relaciones, las rodillas, las actividades que hacemos, la familia, los amigos. A veces se nos fragmenta la cosmovisión de la vida que creemos tener y de golpe dejamos de tener. Un todo hecho trizas.
Se nos rompe la idea de cómo es nuestro cuerpo cuando cambia, cuando deja de ser funcional, cuando perdemos hobbies a manos de pedazos de carnes y huesos que nos hostigan en el momento menos esperado.
A veces nos llenamos de enojo y de rabia y como decía antes, a veces no podemos ni hablar de eso porque no sabemos cómo. Es difícil ser un mas 50 y sentir el peso. No me quiero imaginar unas décadas más por delante. El peso de la vida ya vivida, de las cosas que se rompen, de los proyectos que querríamos encarar y no sabemos cómo.
De lo que queremos romper en nosotros mismos y no sabemos cómo. A veces las cosas se rompen y no nos sentimos tan elásticos para acompañar el paso de las cosas y de la vida. Sabemos que las cosas son así: inciertas. Lo sabemos mentalmente y nos duele emocionalmente. Somos una generación menos elástica.
Porque eso nos hace el paso del tiempo en el cuerpo, las articulaciones y las emociones, nos endurecen. Pero también somos personas con ventajas. Los que estamos en esta comunidad sabemos cada vez con mas certeza algunos puntos: que somos humanos, que nos podemos equivocar, fallar, caer y empezar de nuevo cada vez hasta el final. Que podemos perdonar y también perdonarnos. Sabemos que el encuentro social nos salva la vida, el alma y las angustias. Sabemos lo importante del consejo médico o la charla profunda con amigos y aquellos que no lo son, como un terapeuta.
Sabemos básicamente, que valemos y mucho. Y eso que pesa, no nos pesa por adultos sino por personas, por haber vivido. Lo que antes nos crucificaba hoy nos salva.
Un abrazo cercano,
Diego Bernardini.
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